Como siempre, las mujeres congregadas salían del salón en conversación animada comentando las novedades que Josefa les descubría. Les decía que la mujer no sólo ha de conquistar el pan, El pan sí, pero también el espacio y el tiempo; el agua y el sol; el trabajo y el placer. En una casa burguesa hay habitaciones para todos, para el descanso, la reunión y el esparcimiento; hay terraza y cuarto de baño. Eso permite tomar el sol y disfrutar de intimidad e higiene: tan importante como el comer. Les mostraba dibujos de cuerpos, de mujeres y de hombres, les decía que se miraran, que se tocaran y descubrieran por sí mismas todo lo que ocultaban años tenebrosos e hipócritas. Algunas hicieron ver que las incomodaba la presencia de Manuel, No os tiene que importar, que se entere y aprenda, ¡Ojalá vinieran más hombres!
Recogía sus bártulos cuando Manuel se acercó y le preguntó si no le importaría que asistiera a sus clases; sin esperar respuesta apiló las carpetas, No, al contrario, mejor sería que alguno más se acercara; pensáis que lo sabéis todo y, la verdad, sois unos ignorantes; y muy brutos. Así que, no, no me molesta; ven cuando quieras. Y, ¿cómo te llamas?, Manuel Bustamante, contestó, Bien Manuel, ayúdame, sí, y acompáñame, vivo cerca; así compartimos la carga y charlamos un rato, ¿de dónde has salido tú?
La soltura y personalidad de Josefa turbaron a Manuel de tal manera que no era capaz de articular palabra alguna. Carraspeó, y con mirada asustadiza contestó que hacía poco tiempo que había llegado y que trabajaba en las obras de la Exposición, Y cuando tengo tiempo, vengo al Ateneo con los compañeros, dijo con la voz algo ronca.
Todo el mundo se había ido cuando Josefa inició la marcha seguida de un aturdido Manuel, que no atinaba a encontrar palabras que dirigirle. Una vez en la calle, Josefa le preguntó qué le parecía lo que había oído, ¿te ha servido?, La verdad es que me han sorprendido las palabras que usa; en la calle se dicen de otra manera, y el maestro de mi pueblo, que luego me preparó para el bachillerato, nunca habló de estas cosas; y que usted lo diga sin reírse ni ponerse colorada… no sé, todo es tan nuevo para mí, ¿Y tú qué piensas de las mujeres? ¿Tienes novia? Manuel no era capaz de salir del embarazo, tragaba saliva, qué naturalidad para hablar de cosas de hombres, y menudas preguntas, Bueno, contesta, creo que alguien tiene que llevar las cosas de la casa, guisar, hacer la compra, criar a los hijos; y ese es el trabajo de las mujeres; la mujer está para eso, ¿no? Eso es lo que pensaba hasta hoy, ahora no estoy tan seguro. Y no, no tengo novia.
Anduvieron despacio por las calles hasta llegar ante un portal, Aquí vivo, Manuel, tenemos que hablar sobre la mujer, la casa, y más cosas; otro día me ayudas y acompañas, y si no estoy tan cansada como hoy, te invito a tomar un café.
Manuel recorrió como atontado el camino hacia la pensión en la que compartía cuarto con Carmelo, ¿cómo puede haber una mujer así? Aquí todo está dislocado, el mundo al revés.