domingo, 17 de mayo de 2020

¿Cómo se Originó la Filosofía?

¿Cómo se Originó la Filosofía? 

Por Isabel Castillo 

El origen de la filosofía se remonta al siglo VI antes de Cristo, en la Antigua Grecia. Etimológicamente la palabra filosofía proviene de las raíces griegas philo y sophia, que significan amor y sabiduría respectivamente. 

Su traducción literal es amor a la sabiduría, pero en su concepto más amplio, la filosofía se dedica al estudio tanto de las cuestiones más básicas como de las más profundas de la existencia humana. 

Filósofos presocráticos 

El primer pensador en llamarse a sí mismo filósofo fue Pitágoras, aunque ciertamente no fue el primero en tratar de encontrar respuestas a los grandes misterios del ser. 

Origen de la filosofía: del mito al logos 

Antes de la aparición de la filosofía, los eventos tanto naturales como humanos encontraban explicaciones mitológicas. Hasta el siglo VI, la mitología estaba arraigada en las costumbres y tradiciones de los pueblos antiguos. 

Los relatos mitológicos servían para dar una explicación del paso del tiempo, los fenómenos naturales, el origen de la humanidad, los misterios de la vida y la muerte, entre otros. También eran una manera de preservar los acontecimientos históricos. 

La transición del mito al logos no se dio de manera espontánea ni inmediata. Los primeros filósofos modificaron y expandieron la forma de muchos de los supuestos mitológicos con respecto al origen del cosmos, el ser humano y su rol en el gran esquema cosmológico. 

El vocablo griego logos significa orden, palabra y razón. Se usa para indicar una explicación racional, no mitológica. 

Heráclito fue el primer filósofo que usó el término para hacer referencia al principio del cosmos que organiza y ordena al mundo. Este principio tenía el poder de regular el nacimiento y la decadencia de las cosas en el mundo. 

Más tarde, los estoicos desarrollaron esta noción, concibiéndola como el principio que dio vida y orden a todos los seres del universo. 

El primer filósofo 

Tales de Mileto 

El filósofo griego Tales de Mileto es considerado el primer filósofo y padre de la filosofía occidental. Nació en Mileto en la región asiática, aproximadamente entre los años 620-625 a.C. Este filósofo hizo grandes contribuciones no solo al desarrollo de la filosofía sino también de la ciencia. 

Al dejar de lado la mitología en la explicación de los fenómenos naturales o la existencia, inauguró una nueva tradición que revolucionó la manera de concebir el mundo. También, colaboró con el desarrollo del método científico al plantearse hipótesis. 

Este primer filósofo natural propuso respuestas a una serie de preguntas sobre el planeta Tierra como cuál era su forma y tamaño, cómo se sostenía, cuál era la causa de los terremotos y otros. 

También especuló sobre el sol y la luna. Estas propuestas fueron la génesis de las conjeturas científicas sobre los fenómenos naturales. 

Su gran mérito radica en que sus teorías y argumentos podían ser refutados. Sus explicaciones sobre los fenómenos naturales 

eran materialistas y no mitológicas o teológicas. Además, sus hipótesis eran racionales y científicas. 

Filósofos presocráticos 

Los pre-socráticos fueron filósofos que precedieron el pensamiento de Sócrates. Estos se enfocaron en especular acerca del principio material de la naturaleza. 

Así, siguiendo la tradición iniciada por Tales de Mileto, utilizaron la razón para dar explicaciones sobre el cosmos y su funcionamiento. 



El Paso del Pensamiento Mítico al Pensamiento Racional 

Por Alberto Cajal 

La historia nos indica como el paso del pensamiento mítico al pensamiento racional tardó muchos siglos en ocurrir. Terminar con los mitos y las creencias populares por el análisis, la lógica y una explicación científica no fue para nada fluido. 

El pensamiento mítico fue la forma que utilizaba el hombre en la antigüedad para dar explicación a los sucesos del entorno, fenómenos y misterios que no podía resolver. 

Esto dio origen a un sistema de creencias sobrenaturales, rituales, y mitologías. Todo era basado en explicaciones normalmente absurdas, lo que contribuyó a su posterior decadencia. 

El paso del pensamiento mítico al pensamiento racional 

El cambio tuvo su comienzo en Grecia, a partir del siglo VIII a.C., durante una crisis social, política y económica. 

El auge del comercio por todo el Mediterráneo debido a la crisis, permitió el intercambio de mercancías, pero también el de conocimientos y cultura. Por ejemplo, el comercio con Egipto y Babilonia traen consigo conocimientos sobre geometría y astronomía. 

El dictado de normas de regulación del intenso comercio, dio origen a la adopción de la escritura alfabética. Esto, a su vez facilitó la transmisión de los conocimientos. 

Además, empezaron a entrelazarse las creencias y valores, todas ellas un conjunto de contrastes que dio lugar a la crítica. 

La creación de una ciudad estado, la polis, dio como resultado un gobierno democrático. En ésta ciudad estado, cualquier ciudadano libre podía discutir en la Ágora (plaza pública) y decidir en la Asamblea. Así, la política tenía participación pública. 

Como la sociedad griega estaba basada en la esclavitud, los ciudadanos libres tenían más tiempo de ocio. Esto estimuló el intercambio de investigaciones científicas e intelectuales. 

Origen de la filosofía 

La filosofía tuvo su origen en la crítica de los valores del pensamiento mítico y el comienzo de un cambio de mentalidad. 

Comenzó a gestarse la idea de que todo tenía una explicación natural y racional. Que todo aquello que se atribuía a la voluntad de los dioses, tenía una explicación objetiva. 

En el paso del pensamiento mítico al racional, el nacimiento de la filosofía tuvo un papel fundamental. Ésta produjo nuevos conocimientos, convirtiéndose en un arma para derribar los viejos mitos en el terreno moral, político, teológico, científico y natural. 

El pensamiento mítico es un relato fantástico, absurdo, atribuible todo a unos seres sobrenaturales, (de dudosa moral). Estos decidían sobre la naturaleza, la vida y la muerte. 

En cambio, el pensamiento racional o filosófico, intentó hallar una explicación a partir de la fundamentación y la demostración. Cuestionando las ideas y pre conceptos aceptados hasta ese momento, por medio de la discusión a través de diferentes puntos de vista. 

El pensamiento racional estableció por medio de la deducción un conjunto de normas naturales en donde los fenómenos ocurrían. Mediante éste estudio se pudo prever cuándo o porqué podían ocurrir nuevamente. 

Se cree que el primer filósofo de la historia fue Tales de Mileto, que definió el agua como principio activo de todo lo que existe (arché). Pensaba que todo procedía y volvía al agua. La dinámica del cosmos se debía a los movimientos del agua. 

Referencias 

1.Pensamiento mítico, pensamiento racional. (2011). Recuperado de sergio-hinojosa.blogspot.com.ar. 

2.Del pensamiento mítico al pensamiento racional. (2015). Recuperado de prezi.com. 

3.Evolución del conocimiento desde el pensamiento mítico al pensamiento racional «El logos». (2014). Recuperado de imageneslatinas.net. 

4.La evolución del conocimiento: Del pensamiento mítico al pensamiento racional. (2009). Recuperado de casadellibro.com. 

5.Las condiciones del surgimiento del pensamiento racional. Del pensamiento mítico al filosófico.Recuperado defilosofiaieslaorden.wikispaces.com. 

Estoicismo 

De Wikipedia, la enciclopedia libre 

El estoicismo es una escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el 301 a. C. Su doctrina filosófica estaba basada en el dominio y control de los hechos, cosas y pasiones que perturban la vida, valiéndose de la valentía y la razón del carácter personal. Su objetivo era alcanzar la felicidad y la sabiduría prescindiendo de los bienes materiales. 

Durante el período helenístico adquirió mayor importancia y difusión, ganando gran popularidad por todo el mundo grecorromano, especialmente entre las élites romanas. Su período de preeminencia va del siglo III a. C. hasta finales del siglo II d. C. Tras esto, dio signos de agotamiento que coincidieron con la descomposición social del alto Imperio romano y el auge del cristianismo. 

Zenón de Citio (aprox. 333-262 a. C.) —a veces llamado Zenón el Estoico de origen chipriota y posiblemente de ascendencia mixta, griega y oriental. 

Se trasladó a Atenas en el 311 a. C. después de una vida agitada. Por aquel entonces Atenas era el centro cultural del mundo griego, donde se congregaban las principales escuelas de filosofía. Durante su estancia, tomó contacto con la filosofía socrática, en especial la de la escuela cínica, y la megárica. Según Diógenes Laercio, inicialmente se inclinó por el cinismo, siendo alguien especialmente cercano a Crates, pero pronto abandonó esta escuela al rechazar las numerosas «exageraciones» en que estos incurrían, porque no podían ofrecerle ningún programa de vida válido. Tras este abandono del cinismo, estudió con otros filósofos de las escuelas platónica, aristotélica y megárica pero, insatisfecho con ellas, acabó creando su propia escuela, en la que combinaba múltiples aspectos cínicos con los de otros filósofos como Heráclito

Desde la antigüedad, se estudió la posible influencia sobre Zenón de doctrinas semíticas tales como el judaísmo o las filosofías del Oriente Medio; el considerable parecido entre el estoicismo y el cristianismo en algunas doctrinas, sobre todo en la ética y en la cosmología, sugirieron a panegiristas cristianos como Quintiliano y Tertuliano que Zenón estaba familiarizado, por su origen semita, con el judaísmo. 

La historia del estoicismo se divide en tres períodos: “stóa” antiguo, “stóa” medio y “stóa” nuevo. 

Estoicismo antiguo 

El término estoicismo proviene del lugar en el que Zenón comenzó, en el año 301 a. C., a dar sus lecciones en la Stóa poikilé (en griego Στοα, stoa, ‘pórtico’), que era el Pórtico pintado del ágora de Atenas. Pronto atrajo a numerosos seguidores, quienes, tras la muerte de Zenón, continuarían y expandirían su filosofía. El estoicismo fue la última gran escuela de filosofía del mundo griego en ser fundada, y continuó existiendo hasta que en el año 529 d. C. el emperador Justiniano clausuró la Escuela de Atenas. La escuela cínica tuvo una clara influencia en la Stoa. Esto es evidente desde los inicios de esta, pues las fuentes declaran que su fundador, Zenón de Citio, estudió directamente con un cínico: Crates. Estoicos tardíos, como Epicteto, identificaban al cínico Diógenes de Sínope como dechado de hombre sabio. 

El corpus doctrinal del estoicismo se basaba en las escrituras de Zenón, hoy en día perdidas; no obstante, se sabe que escribió numerosas obras entre cuyos títulos destacaban: De la vida conforme a la naturaleza; De los universales; Argumentos dialécticos y De las pasiones. Cuando Zenón muere en 261 a. C. se hacen cargo de la escuela Cleantes y Crisipo. A decir de Laercio, a este último se le debe que el estoicismo perdurase: «Sin Crisipo no habría habido la Stóa». En efecto, Crisipo, que dirigirá la Stóa desde el 232 a. C. hasta su muerte, acaecida en 208 a. C., fijó el canon del estoicismo, perfeccionó las investigaciones lógicas y sistematizó las enseñanzas de Zenón. Desgraciadamente, de su obra solo han sobrevivido algunos escasos fragmentos y unas pocas referencias hechas por otros autores, resultando complicado discernir qué partes del ideario se deben a Zenón, a Crisipo y a Cleantes. En general, apenas si se han conservado algunos fragmentos de los textos estoicos más antiguos. 

Estoicismo medio 

Con la muerte de Crisipo, se dio por concluida la primera fase del estoicismo, llamada Estoicismo antiguo. Esta primera etapa se caracterizó sobre todo por el establecimiento formal de la doctrina. Tras Crisipo, dirigieron la escuela Diógenes de Babilonia y Antípater de Tarso, comenzando la época denominada Estoicismo medio. Durante la misma se da la expansión del estoicismo por todo el mundo mediterráneo, aprovechando el impulso del mundo helenístico y las redes comerciales surgidas con el auge de Roma. Sus principales figuras fueron Panecio de Rodas (185–109 a. C.) y, sobre todo, Posidonio de Apamea. Quizá el hecho más destacado de este período fue la introducción del estoicismo entre las élites romanas. La sociedad aristocrática romana de los siglos II y I a. C. valoraba en mucho los tiempos de «nuestros padres», refiriéndose a los siglos anteriores en que la relevancia económica y militar de Roma todavía era escasa. Se idealizaba y exaltaba la sencillez y la sobriedad de la vida de aquellos tiempos y, como en todo el mundo griego, se miraba con desconfianza los lujos y las costumbres modernas, más sofisticadas, que se habían ido introduciendo conforme la República Romana ganaba preeminencia. La doctrina estoica, muy favorable a esos puntos de vista, fue introducida con éxito, y ganó adeptos tan conocidos como Catón el Viejo, Escipión el Africano y Catón el Joven; la notable fama de estos favoreció todavía más al estoicismo, que pronto fue la escuela filosófica más admirada por los romanos. De los escritos del período medio apenas se conservan, de nuevo, más que unos pocos textos fragmentados. 

Estoicismo nuevo 

Usualmente, se considera que tras la muerte de Catón el Joven y la resolución de las guerras civiles que condujeron al establecimiento del Imperio romano, surge la última etapa del estoicismo, el llamado Estoicismo nuevo o Estoicismo romano. Los filósofos de esta etapa han llegado a ser mucho más famosos y conocidos que los estoicos antiguos (y sus obras se conservan en mayor número), y materializaron la implantación del estoicismo como la principal doctrina de las élites romanas. El estoicismo romano destaca por su vertiente eminentemente práctica, donde las consideraciones lógicas, metafísicas o físicas del estoicismo antiguo pasan a un segundo plano para desarrollar, sobre todo, la vertiente ética de la escuela. Los principales exponentes de esta etapa, y posiblemente los estoicos más famosos, fueron Lucio Anneo Séneca (4 a. C.-65 d. C.), uno de los escritores romanos más conocidos y quizá el estoico mejor conocido, Epicteto (50-130 d. C.), nacido esclavo, y el emperador Marco Aurelio (121-180 d. C.). La obra de Séneca, Marco y Epicteto permite acercarse, de manera sencilla y didáctica, a los principales aspectos del estoicismo, si bien no introdujeron ningún elemento esencialmente original en la doctrina. 

Tras la muerte de Marco Aurelio, se considera que el estoicismo entra en decadencia. Las sucesivas crisis políticas, económicas y militares que asolan el Imperio romano durante el siglo III, tienen como consecuencia una revalorización de la espiritualidad que el estoicismo no puede afrontar, surgiendo el neoplatonismo, que, a partir de 250 d. C., desplazará al estoicismo como principal doctrina de las élites. El giro cultural de esta época provoca que el plan de vida estoico pase a ser negativamente considerado; en esta época, esencialmente, el estoicismo ganará su fama de envarado y rígido. Igualmente, el auge del cristianismo afecta negativamente a todas las escuelas filosóficas helenísticas, al ser rechazadas muchas de sus enseñanzas por contrarias a la doctrina cristiana. Para el año 300, la única de estas capaz de objetar algo al cristianismo es el neoplatonismo, y el triunfo de aquel sentencia definitivamente al movimiento helenista en general, que formalmente concluye en el 529, cuando Justiniano cierra las escuelas filosóficas de Atenas (el Liceo, la Academia, la Stoa). 

Cronología[editar


Influencia posterior 



Justo Lipsio, el fundador del neoestoicismo

El estoicismo influirá en numerosas corrientes filosóficas posteriores, desde los primeros padres de la Iglesia hasta Descartes y Kant. Como se ha dicho, los primeros padres de la Iglesia admiraron la ética del estoicismo, que consideraban especialmente cercana a la suya propia; su calma, su serenidad, así como su posición frente a las adversidades hicieron que algunos cristianos como Tertuliano trataran a estoicos como Séneca en los términos de «saepe noster» («a menudo, uno de los nuestros»), mientras que San Jerónimo lo incluyó en su catálogo de santos. Incluso se difundió la leyenda de que Séneca había sido bautizado antes de morir por San Pablo, con quien además habría mantenido correspondencia, y que Marco Aurelio habría igualmente mantenido correspondencia con el papa y algunos cristianos romanos. Durante el Renacimiento, el estoicismo ganó difusión entre las corrientes humanistas y universitarias: la primera obra de Calvino fue una edición de De clementia de Séneca, y las referencias al estoicismo nuevo son constantes en Erasmo, Juan Luis Vives y Michel de Montaigne. En esta época se revalorizó la actitud vital estoica; en la actualidad, se utiliza cotidianamente el término «estoicismo» para referirse a la actitud de tomarse las adversidades de la vida con fortaleza y aceptación. 

Neostoicismo 

Esta sección es un extracto de Neoestoicismo

El neoestoicismo fue un movimiento filosófico nacido en el siglo XVI que unía en su concepción elementos del estoicismo y del cristianismo. Fue fundado por el humanista belga Justo Lipsio quien en 1584 publicó su famoso diálogo De constantia donde sentó las bases del neoestoicismo. Más tarde desarrolló más su teoría en los tratados Manductio ad stoicam philosophiam (Introducción a la filosofía estoica), Physiologia stoicorum (Física del estoicismo) y Ethica (Ética). 

El neoestoicismo es una filosofía práctica que sostiene que la norma básica de la vida debería ser que el ser humano no puede ceder ante la pasión terrenal sino someterse a los dictados de Dios. Los neoestoicistas distinguen entre cuatro pasiones estoicas: gula, alegría, miedo y dolor

El neoestoicismo tuvo una influencia directa en muchos escritores de los siglos XVII y XVIII tales como: Montesquieu, Bossuet, Francis Bacon, Joseph Hall, Francisco de Quevedo o Juan de Vera y Figueroa

Filosofía estoica 

Principios de la filosofía estoica 


La filosofía no promete asegurar nada externo al hombre: en otro caso supondría admitir algo que se encuentra más allá de su verdadero objeto de estudio y materia. Pues del mismo modo en que el material del carpintero es la madera, y el del escultor, bronce, el objeto del arte de vivir es la propia vida de cada cual. 

— Epicteto. 


Los estoicos proclamaron que se puede alcanzar la libertad y la tranquilidad tan solo siendo ajeno a las comodidades materiales, la fortuna externa y dedicándose a una vida guiada por los principios de la razón y la virtud (tal es la idea de la imperturbabilidad o ataraxia). Asumiendo una concepción materialista de la naturaleza, siguieron a Heráclito en la creencia de que la sustancia primera se halla en el fuego y en la veneración del logos, que identificaban con la energía, la ley, la razón y la providencia encontradas en la naturaleza. La razón de los hombres se consideraba también parte integrante del logos divino e inmortal. La doctrina estoica, que consideraba esencial a cada persona como miembro de una familia universal, ayudó a romper barreras regionales, sociales y raciales, y a preparar el camino para la propagación de una religión universal. La doctrina estoica de la ley natural, que convierte la naturaleza humana en norma para evaluar las leyes e instituciones sociales, tuvo mucha influencia en Roma y en las legislaciones posteriores de Occidente. Además tuvo importancia en corrientes y filósofos posteriores, como Descartes y Kant

Los estoicos antiguos dividieron la filosofía en tres partes (D.L. 7.41): la lógica (teoría del conocimiento y de la ciencia, que incluye la retórica y la dialéctica), la física (ciencia sobre el mundo y sobre las cosas) y la ética (ciencia de la conducta). Todas ellas se refieren a aspectos de una misma realidad: el universo en su conjunto y el conocimiento sobre él. Este puede ser explicado y comprendido globalmente porque es una estructura organizada racionalmente de la que el hombre mismo es parte integrante, siendo la faceta más importante la ética. 

Lógica[editar

Para los estoicos el terreno de la lógica incluía no solo lo que modernamente se entiende por ello, sino además la epistemología, la retórica y la gramática. En el campo de la lógica desarrollaron la lógica inductiva. Dividieron la lógica en Retórica (ciencia del recto decir) y Dialéctica (D.L. 7.41). 

Epistemología: Teoría estoica del conocimiento[editar

Los escépticos, muy influyentes a partir del siglo II a. C. trataban de independizar al hombre del mundo mediante la abstención de juicio. Dudaban de la posibilidad de conocimiento sensible, mediante el pensamiento discursivo y de los resultados de combinar ambos. El relativismo de Protágoras es la base de la duda escéptica respecto a los sentidos. No pueden ser una reproducción inmediata de las cosas si la percepción varía de individuo en individuo y entre distintas situaciones del mismo individuo o del objeto. Estas contingencias no se pueden evitar, así que no hay posibilidad de conocimiento sensible. Por otra parte, las opiniones vienen condicionadas por la costumbre. Ante la contradicción de opiniones no se puede distinguir la veraz. El método de deducción silogística de Aristóteles depende de las premisas. Estas premisas ni se pueden admitir sin demostración ni pueden ser simplemente hipotéticas. Por tanto, el camino del conocimiento de lo general a lo particular mediante el silogismo es imposible, pues el punto de partida es incierto. De modo que lo mejor desde el punto de vista escéptico es abstenerse de juzgar, pues no se puede decir nada más allá del parecer. 

Frente a ellos, los estoicos, filósofos preocupados esencialmente por problemas éticos, sostienen que se llega a la virtud por el saber. Por tanto, deben buscar el conocimiento pese a todas las objeciones, y para ello deben encontrar un criterio de verdad certero. Consideran que la percepción deja la impresión de lo externo en el alma, que al nacer sería como una tabla de cera en la que lo exterior imprime sus signos. Las representaciones generales se deben al enlace entre impresiones o a su permanencia. No hay, pues, ni ideas platónicas ni una energía externa que produzca conceptos. A partir de esta base, el argumento principal de los estoicos para afirmar la existencia de un criterio de verdad es que las impresiones son iguales para todos los individuos. Consideran que el consenso de los hombres sobre las representaciones se puede tomar como punto de partida para la demostración. Sin embargo, en el último estoicismo hay cambios respecto a este punto. Para Cicerón no se trata del consenso entre los individuos, sino de representaciones innatas, presentes desde el nacimiento en cada uno. Según Cicerón, el hombre nace con unos principios morales, la creencia en Dios y otros. 

Respecto a las percepciones, los estoicos consideran que el criterio del conocimiento verdadero es la evidencia de la percepción. Las percepciones son verdaderas, el error -cuando hay contradicciones- está en la opinión, no en las percepciones, que son veraces al mostrar algo en unas determinadas circunstancias. 

Física[editar

En el campo de la física retornaron a la filosofía de Heráclito: todo está sometido al cambio, al movimiento. La física, según el estoicismo, es el estudio de la naturaleza tanto del mundo físico en su totalidad como de cada uno de los seres que lo componen, incluidos los seres divinos, humanos y animales. Fundamentalmente especulativa, y en clara deuda con el pensamiento de Parménides de Elea (unidad del ser) y Heráclito, la física estoica concibe la naturaleza como un fuego artístico en camino de crear. 

El universo es un todo armonioso y causalmente relacionado (es decir, todo está relacionado por una serie de causas), que se rige por un principio activo, el Logos cósmico y universal del que el hombre también participa. Este logos cósmico, que es siempre el mismo es llamado también Pneuma (‘soplo’, Spiritu en latín), aliento ígneo, ley natural, naturaleza (physis), necesidad y moira (‘destino’, Fatum en latín), nombres todos ellos que hacen referencia a un poder que crea, unifica y mantiene unidas todas las cosas y que no es simplemente un poder físico: el pneuma o logos universal es una entidad fundamentalmente racional: es Dios (panteísmo), un alma del mundo o mente (razón) que todo lo rige y de cuya ley nada ni nadie puede sustraerse. Inmanente al mundo, el logos es corpóreo, penetra y actúa sobre la materia (hylé): principio pasivo, inerte y eterno que, en virtud del pneuma o logos, produce todo ser y acontecer. Todo en la naturaleza es mezcla de estos dos principios corpóreos (materialismo). 

Aunque la naturaleza (physis) es plenamente racional, no rige de la misma forma a todos los seres: 

Los hombres nacen con un alma[7]​ como si fuera una «tabla rasa» pero cuando adquieren cierta madurez pueden, mediante el uso de una «fantasía» aceptar o rechazar las impresiones que los «iconos» que desprenden las cosas fijan en el alma como conceptos. Cuando el hombre maduro ejerce una «fantasía cataléptica» es capaz de comprender la verdad de los conceptos, a partir de dichas impresiones y elaborar a partir de los mismos juicios verdaderos y razonamientos verdaderos. 

En los animales irracionales mediante un alma sensible que percibe pero no conoce. 

Mediante un alma vegetal en las plantas. 

Mediante el movimiento local de los átomos regidos por el fatum o destino.[8]​ 

La teología estoica es panteísta: no hay un Dios fuera de la naturaleza o del mundo; es el mismo mundo en su totalidad el que es divino, lo que justifica que la creencia en los dioses, pese a su heterogeneidad, sea universal. 

La concepción de un cosmos dotado de un principio rector inteligente desemboca en una visión determinista del mundo donde nada azaroso puede acaecer: todo está gobernado por una ley racional que es inmanente (como su logos) y necesaria; el destino no es más que la estricta cadena de los acontecimientos (causas) ligados entre sí: «Los sucesos anteriores son causa de aquellos que les siguen, y en esta manera todas las cosas van ligadas unas a las otras, y así no sucede cosa alguna en el mundo que no sea enteramente consecuencia de aquella y ligada a la misma como a su causa». (SVF, II, 945). 

El azar no existe; es el simple desconocimiento causal de los acontecimientos. Si nuestra mente pudiera captar la total trabazón (conexión) de las causas podría entender el pasado, conocer el presente y predecir el futuro. Este mundo es el mejor de todos los posibles y nuestra existencia contribuye a este proyecto universal, por lo que, como veremos, no hay que temer al destino, sino aceptarlo. 

El logos que todo lo anima está presente en todas las cosas como lógoi spermatikoi, ‘razones seminales’ de todo lo que acontecerá. Como el mundo es eterno y el logos es siempre el mismo inevitablemente habrán de repetirse todos los acontecimientos (eterno retorno) una y otra vez. El mundo se desenvuelve en grandes ciclos cósmicos (aión, ‘año cósmico’), de duración determinada, al final de los cuales todo volverá a comenzar de nuevo, incluso nosotros mismos. Cada ciclo acaba con una conflagración universal o consumación por el fuego de donde brotarán de nuevo los elementos (aire, agua y tierra) que componen todos los cuerpos, comenzando así un nuevo ciclo. 

Ética: La moral estoica[editar

Al estar todos los acontecimientos del mundo rigurosamente determinados y formar parte el hombre del logos universal, la libertad no puede consistir más que en la aceptación de nuestro propio destino, el cual estriba fundamentalmente en vivir conforme a la naturaleza. Para ello, el hombre debe conocer qué hechos son verdaderos y en qué se apoya su verdad. 

El bien y la virtud consisten, por tanto, en vivir de acuerdo con la razón, evitando las pasiones (pathos), que no son sino desviaciones de nuestra propia naturaleza racional. La pasión es lo contrario que la razón, es algo que sucede y que no se puede controlar, por lo tanto debe evitarse. Las reacciones como el dolor, el placer o el temor, pueden y deben dominarse a través del autocontrol ejercitado por la razón, la impasibilidad (apátheia, de la cual deriva apatía) y la imperturbabilidad (ataraxia). Estas surgirán de la comprensión de que no hay bien ni mal en sí, ya que todo lo que ocurre es parte de un proyecto cósmico. Solo los ignorantes desconocen el logos universal y se dejan arrastrar por sus pasiones. 

El sabio ideal es aquel que vive conforme a la razón, está libre de pasiones y se considera ciudadano del mundo. El cosmopolitismo, que defiende la igualdad y solidaridad de los hombres. 

Las cuatro virtudes cardinales (aretai) de la filosofía estoica son una clasificación derivada de las enseñanzas de Platón (República IV. 426–435): 

Sabiduría (σοφία " sophia ") 

Coraje (ανδρεία " andreia ") 

Justicia (δικαιοσύνη " dikaiosyne ") 

Templanza (σωφροσύνη " sophrosyne ") 

Después de Sócrates, los estoicos sostuvieron que la infelicidad y el mal son el resultado de la ignorancia humana de la razón en la naturaleza. Si alguien no es amable, es porque no es consciente de su propia razón universal, lo que lleva a la conclusión de la crueldad. La solución al mal y la infelicidad es, entonces, la práctica de la filosofía estoica: examinar los propios juicios y comportamiento y determinar dónde divergen de la razón universal de la naturaleza. 

Filosofía social[editar

Una característica distintiva del estoicismo es su cosmopolitismo; Según los estoicos, todas las personas son manifestaciones del único espíritu universal y deben vivir en amor fraternal y ayudarse mutuamente. En los Discursos, Epicteto comenta sobre la relación del hombre con el mundo: "Cada ser humano es principalmente un ciudadano de su propia comunidad; pero también es miembro de la gran ciudad de dioses y hombres, de la cual la ciudad política es solo una copia."[9]​ Este sentimiento se hace eco del de Diógenes de Sinope, quien dijo: "No soy ateniense ni corintio, sino ciudadano del mundo".[10]​ 

Sostuvieron que las diferencias externas, como el rango y la riqueza, no tienen importancia en las relaciones sociales. En cambio, abogaron por la hermandad de la humanidad y la igualdad natural de todos los seres humanos. El estoicismo se convirtió en la escuela más influyente del mundo grecorromano, y produjo una serie de escritores y personalidades notables, como Catón el Joven y Epicteto. 

En particular, se destacaron por su urgencia de clemencia hacia los esclavos. Séneca exhortó: "Recuerda amablemente que el que llamas esclavo nació de la misma población, es sonreído por los mismos cielos y, en igualdad de condiciones con ti mismo, respira, vive y muere".[11]​ 

Principales figuras[editar


Estoicismo antiguo (siglos III-II a. C.):[12]​ 

Estoicismo medio (siglos II–I a. C.): 

Estoicismo nuevo o romano (siglos I d. C.-III d. C.): 











Panecio (180–110 a. C.) 

Posidonio (155–51 a. C.) 







Véase también[editar





Referencias[editar

«Significado de Estoicismo». Consultado el 6 de febrero de 2017. 

Vid. Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos, Zenón, 2. 

Störig, H. J., Historia de la filosofía, ed. Tecnos, pp. 227–229. 

Zeller, Grundriss, pp. 250–251. 

«Estoicos». www.filosofia.org. Consultado el 16 de febrero de 2020. 

Cfr. Flavio Arriano en su compilación de los discursos de Epicteto, Discursos, 1.15.2. 

Para los estoicos, como para todo el mundo griegos, y antiguo en general, el alma es ante todo principio de «automovimiento», lo que constituye el alma del mundo como movimiento, y en las plantas como vida vegetativa, en los animales como vida sensible y en el hombre con capacidad de vida racional. 

En los hombres la libertad entendida como posible aceptación del fatum para llegar a la ataraxia es posible porque en ciertos casos el alma racional puede producir una declinatio o 'inclinación' en la trayectoria de los átomos produciendo cierta modulación en el rígido determinismo de la naturaleza.

viernes, 15 de mayo de 2020

Marco Aurelio: “el emperador filósofo”


Marco Aurelio, ¿un filósofo adorado por las legiones?

Fue “el emperador filósofo”, formado con los mejores intelectuales de su tiempo, pero eso no significa que no fuese brillante en el campo de batalla


Busto en mármol del emperador Marco Aurelio. (Pierre-Selim / CC BY-SA-3.0) VER GALERÍA
IGNACIO MERINO 17/03/2020 07:00 | Actualizado a 17/03/2020 10:05

Con Marco Aurelio, heredero de Trajano y Adriano y último gran emperador de la dinastía hispánica de los Antoninos, parecía cumplirse aquel ideal de Platón que auguraba la felicidad de los pueblos cuando los reyes fueran filósofos. Sin embargo, las leyes de la política y la guerra exigieron que este romano ejemplar, de alma republicana, dedicara su vida de césar a guerrear contra los bárbaros, algo que detestaba de joven, pero que con el tiempo llegó a disfrutar tanto como lo hiciera con las disquisiciones filosóficas.

Estoico por naturaleza, Marco Aurelio aceptaba la realidad como un dictado natural al que hay que someterse. Para él lo importante era que cada ciudadano, fuera porquero o emperador, se entregase a su tarea con la mente limpia y el ánimo dispuesto. Por eso, desde pequeño, admitió sin queja lo que el destino fue acumulando sobre sus robustos hombros.

Grandes responsabilidades

A los seis años fue elevado al orden ecuestre por el propio Adriano, un rango aristocrático que le obligaba a comparecer desde niño en las ceremonias y distanciarse de sus compañeros de juegos, lo que hizo de él un muchacho taciturno. Cumplidos los ocho, se le admitió solemnemente en el colegio sacerdotal de los salios, una de las cuatro cofradías religiosas –junto a arvales, lupercios y feciales– que ayudaban a las tareas ceremoniales del colegio de pontífices para la celebración de fiestas periódicas y ejecutaban, además, los ritos de guerra y alianza en nombre del pueblo romano (Pro populo romano).

Su madre, DomicIa Lucilla, vivía entregada a la labor de cuidar del joven Marco Aurelio

Al chico retraído le abrumaba incluso la vestimenta, pues con la gruesa túnica carmesí del colegio, una coraza y casco de bronce y el pesado manto de brocado debía ejecutar las complicadas danzas sacerdotales. Aunque lo peor era soportar los banquetes rituales, en los que se comía y bebía demasiado, impropios para su edad. Tal vez de aquellos ágapes interminables, durante los cuales los sacerdotes creían poner en contacto al dios Júpiter con el pueblo, le vino su desagrado por los excesos en la mesa y su inclinación a la sobriedad.

Por entonces, el joven Marco habitaba la casa de su bisabuelo materno en el monte Celio, un enclave de mansiones patricias que rivalizaban con las villas imperiales del Palatino. Su madre, Domicia Lucilla, mujer tan exigente como cariñosa, vivía entregada a la labor de cuidar del retoño, en quien había puesto los ojos el mismísimo emperador. Tan culta como aquellas mujeres de la República que filosofaban con los hombres, Domicia insistió en que Marco hablara y escribiera en griego, porque para ella la lengua de Platón era el vehículo adecuado del pensamiento.

Huérfano de padre y tras quedarse también sin abuelo paterno, el antiguo prefecto de Roma Annio Vero, Marco gozó de la protección viril de su bisabuelo, el respetado Catalino Severo. El venerable patricio supo ver las virtudes de su prometedor descendiente y le concedió la exención de la escuela pública para que estudiara en casa con reputados seguidores de Séneca y de su escuela estoica, conocida como El Pórtico, que le enseñaron sobre todo literatura latina.


Marco Aurelio en su juventud. (Dominio público)AMPLIAR

Para completar su formación, Domicia llamó a Diognetes, otro maestro del Pórtico con quien los jóvenes aristócratas aprendían pintura, canto y danza. Él fue, más que ninguno, quien inició al joven discípulo en la reflexión filosófica. Entre aquel círculo de pensadores que formaban la vanguardia intelectual de la época áurea de Adriano pasó su juventud Marco Aurelio.

Un filósofo militante

En plena adolescencia Marco decide “ser” un filósofo de verdad, no quiere quedarse solo en las palabras. “Lo que es bueno para un pastor no tiene por qué ser malo para mí –argumenta a su madre–. Vestiré la túnica más tosca, me acostaré sobre tablas en el suelo. Demostraré que un aprendiz de filósofo nacido en una casa rica es capaz de practicar su filosofía y no limitarse a hablar de ella”. Los preceptores tratan como igual a este príncipe modesto que disfruta con las disquisiciones y propone razonamientos ponderados.

Nuevos pensadores se van añadiendo a la nutrida lista de tutores. Entre ellos destaca Junio Rustico, el filósofo que le hace conocer –y amar– la obra de Epicteto El Enquiridión, un manual de aforismos morales que le servirá de guía e inspiración literaria. Pero el más importante de todos los preceptores es Cornelio Frontón, maestro, confidente y amigo queridísimo con quien mantendrá un vínculo fraternal que durará muchos años.

Los cortesanos tratan de ganarse su compañía, pero él huye en cuanto puede para dedicar su tiempo a la lectura

Los principios estoicos de Marco Aurelio eran la armazón de una mentalidad que trataba de dar a cada cosa su justo valor. Una sabiduría sin subterfugios. Pero esa ética implacable con las cosas del mundo y el acontecer diario entrañaba una trampa sutil: nada, ninguna situación por injusta que fuese, debía reformarse, pues todo había que aceptarlo como expresión de la naturaleza y el cosmos. Incluso la esclavitud, una lacra social que aunque le repugnara no llegó a suprimir.

Esta moral de aceptación, precursora de la resignación cristiana, hacía pensar al aprendiz de césar que aunque Epicteto hubiera sido esclavo y Nerón emperador, la crueldad del destino se compensaba porque el primero había sido sabio, y por tanto más grande y respetado por la posteridad, mientras que el segundo resultó un fantoche detestado por sus súbditos.

En la primavera de 136, cuando acaba de cumplir quince años, toma la toga viril y comienza a ser considerado como adulto en audiencias, rituales y banquetes. A diario recibe alusiones y encuentra presagios. En una salutación que los sacerdotes salios hacen a Marte arrojando cada uno una guirnalda hacia su estatua, la de Marco cae justo sobre la cabeza del dios, mientras las del resto quedan a sus pies. Admirados, sus compañeros le otorgan signos de reconocimiento: será un cónsul victorioso.

Cuando a veces se queja de los largos ceremoniales o los banquetes, los ayos le animan con una mezcla de compasión y envidia: “Esto no es nada, ya verás lo que te espera”.

Representación escultórica de Faustina, esposa de Marco Aurelio. (Jean-Pol GRANDMONT / CC BY-SA-4.0)AMPLIAR

Y así, empedrándole el camino hacia la púrpura y tratándole con adulación, los cortesanos tratan de ganarse su favor, sin advertir que ese hombre en ciernes huye en cuanto puede para dedicar su tiempo a la lectura. Adriano lo llama para pasear por su fastuosa villa a las afueras de Roma, tratando de buscar en esos ojos glaucos, que tanto le recuerdan a él mismo, bálsamo a su melancolía y certeza a la sucesión.

Príncipe heredero

Cuando el emperador designa al cónsul Antonino Pío como futuro augusto, le pide como condición que adopte a Marco como sucesor. Con 18 años, Marco tiene que trasladarse a su pesar al Palacio Imperial del Palatino junto a su madre Domicia como césar asociado al trono. Todo el mundo piensa que él es el auténtico heredero, pues Antonino Pío, con 50 años y salud frágil, no será más que un interregno hasta que Marco madure.

Al año siguiente es nombrado cónsul y cuatro años después, en 145, se casa con Faustina, la hija de Antonino Pío, para establecer lazos dinásticos más sólidos. La futura emperatriz no estuvo a la altura de la elección. No es que Marco mostrara un amor desmedido por ella, aunque sí la quiso, pero la ausencia de decoro de Faustina se hizo célebre, y sus relaciones con gladiadores fornidos llegaron a ser la comidilla de la corte imperial.

En 138 muere el gran Adriano, con la satisfacción de haber llevado la paz al belicoso imperio que le legó Trajano y haber encontrado digno sucesor. Antonino Pío ciñe la diadema imperial, pero su reinado no será tan breve como se suponía. Durante veintitrés años continuará la política de pacificación, obras públicas y suaves reformas de su antecesor.

En sus primeros años como emperador pondrá su empeño en mantener los territorios que abarcaba Roma

Confirmado como césar asociado, Marco continúa su aprendizaje durante esos años sin moverse de Roma, apegado al corazón del Imperio. No le interesan las aventuras militares en lejanos territorios. Sigue apegado a sus libros y a los maestros del Pórtico.

El nuevo augusto

En el momento en el que por fin accede al trono imperial, Roma ha alcanzado su mayor expansión: desde la gran isla de Britania en el oeste hasta Palestina en el este y desde los bosques del Danubio hasta las arenas de Mauritania, además de los magníficos territorios de Anatolia e Hispania en los bordes de Oriente y Occidente, incluidos los palacios de Siria. El limes es la línea que separa la avanzada civilización romana del resto del mundo, una frontera siempre amenazada.

Marcus Elius Aurelius Verus Antoninus Imperor es consciente de ser el depositario de una edad de oro que debe conservar y defender: una civilización ecuménica, más ambiciosa, que con la dinastía hispánica de los Antoninos había unificado Oriente y Occidente, tratando de imponer el modelo romano tanto por las armas como por la razón y el progreso. Durante veinte años pondrá todo su empeño en sujetar los numerosos territorios que abarcaba la ciudad imperial sin intentar nuevas conquistas.

Escultura ecuestre de Marco Aurelio. (Ricardo André Frantz (User:Tetraktys) / CC BY-SA-3.0)AMPLIAR

Al contrario que muchos de sus contemporáneos, Marco Aurelio no cree que el orbe romano sea el único asiento de cultura. Para establecer relaciones con otros pueblos, envía embajadores a lugares tan distantes como China e India, aunque los contactos siempre resultan escasos y llenos de dificultades.

De filósofo a guerrero

Pero, a pesar de los buenos augurios y sus excelentes propósitos, graves problemas acecharon su reinado desde el principio, como si el destino quisiera enmendar con ferocidad los dones recibidos. La buena voluntad del emperador se estrellaba una y otra vez contra desgracias y revueltas. Marco Aurelio tuvo que pasar la mayor parte de los veinte años que duró su gobierno yendo de una frontera a otra, achicando las vías de agua que se abrían en la pesada nave del Imperio.

Gracias a su tenacidad, consiguió ir venciendo las dificultades y encontró tiempo para escribir sus Meditaciones, un compendio de estoicismo en el que el soldado olvida la armadura y busca la dignidad de la naturaleza humana.

Mientras pudo, Marco Aurelio no salió de Roma, pero cuando las campañas requirieron su presencia no eludió ponerse a la cabeza de su ejército. Resulta sorprendente que, careciendo de experiencia militar, se desempeñara en esa tarea de manera tan brillante, algo en lo que sin duda le ayudó su conciencia de ser el primer servidor del Estado.

En una segunda etapa de su vida, sus amigos no son ya filósofos, sino generales de su Estado Mayor

Ser el jefe de las legiones le descubre pronto una popularidad muy distinta al clamor del populacho en Roma. Confiesa que le gusta recibir las aclamaciones y el afecto de quienes se juegan la vida con él. Disfruta, y mucho, con la vida ruda del campamento, la sobriedad sin afeites ni mujeres y la disciplina espartana. En esta segunda etapa de su vida, sus amigos no son ya filósofos, sino generales de su Estado Mayor, como Claudio Pompeyano o Helvetio Pertinax, cuyo nombre es ya glorioso.

Una tras otra, las tribus que amenazan la frontera caen derrotadas. El antiguo sedentario mueve ahora el frente en todas direcciones, su hogar es la sencilla tienda donde por la noche lee y escribe. Las legiones le adoran y los bárbaros le temen: costobocos, marcomanos, cuados, sármatas, todos se rinden al nuevo Alejandro que busca la paz perpetua y los convierte en colonos feudatarios con tierras y concesiones.

Hasta Faustina, la esposa imperial que entretenía la separación en Roma con un tálamo concurrido, se hizo eco de su reputación entre las legiones y fue hasta el campamento de Sirmium a comienzos del año 175, con dos de sus hijas pequeñas, para acompañar al emperador, que estaba enfermo.

Marco Aurelio después de derrotar a sus enemigos. (Dominio público)AMPLIAR

Allí, la hija de Antonino Pío debió de sentir la llamada dinástica y se mostró como verdadera emperatriz, acudiendo a las ceremonias militares, atendiendo ruegos y arengando incluso a la tropa cuando Marco Aurelio no podía abandonar el lecho. De esta forma consiguió tal popularidad que las legiones le otorgaron espontáneamente el título de Mater Castrorum (Madre de los campamentos). A Marco Aurelio le llenó de tal orgullo el título que lo añadió a la nueva acuñación de moneda en la que aparecía la efigie de Faustina.

Viaje de regreso

Pacificada Asia, el emperador pasó el invierno de 175-76 en Alejandría, la magnífica urbe que competía en esplendor con Roma y en cuya biblioteca pasó sus mejores horas. Luego regresó a Europa por tierra, atravesando Palestina y Siria, donde se quedó horrorizado de la escasa civilización de las tribus del desierto y escribió: “¡Oh cuados, oh marcomanos, oh sármatas, al fin he visto gentes más hurañas que vosotros!”.

Al llegar a Halala, frente al Taurus, la emperatriz Faustina murió inesperadamente. La leyenda dice que había vuelto a sus escándalos sexuales y que el emperador sugirió a su esposa el suicidio por decoro, en la mejor tradición estoica, pues su paciencia tenía un límite.

Marco Aurelio deseaba regresar a Roma. Se detuvo en Esmirna, ciudad plagada de palacios que tuvo la dicha de conocer antes del terremoto que la destruyó al año siguiente y donde hubo de advertir a su hijo Cómodo contra su licenciosa vida.

Confiaba en que la dignidad imperial enderezara a su hijo Cómodo. La historia demostró su equivocación

El joven, con apenas dieciséis años, era violento y voluptuoso, todo lo contrario que su padre; tenía como amante a un griego maestro en intrigas y parecían interesarle solo las cosas del circo. Marco Aurelio no se hacía ilusiones respecto a sus cualidades, pero quería hacerle césar y heredero del Imperio. El padre confiaba en que la dignidad imperial consiguiera enderezar al chico. La historia demostró su desastrosa equivocación.

El mal corregente

Tras Esmirna, el séquito se dirigió a Atenas, la patria espiritual de Marco Aurelio. Allí visitó todas las escuelas filosóficas y creó un colegio, germen de las universidades medievales, con cuatro cátedras para las corrientes existentes: estoicos, aristotélicos (peripatéticos), cínicos y epicúreos. La tolerancia del emperador hacia los derechos de los demás causó asombro en la vieja ciudad ática.

A finales de año entró en Roma, donde le esperaba un recibimiento triunfal. El largo cortejo atravesaba las avenidas y los foros imperiales entre el delirio de la multitud cuando, de pronto, el emperador descendió del carro y dejó que lo guiara Cómodo para continuar él a pie. La mala fama del muchacho, a quien ya había hecho corregente, no engañó a los romanos. Se oyeron silbidos e imprecaciones entre la multitud.

'Últimas palabras del emperador Marco Aurelio', por Eugène Delacroix. (Dominio público)AMPLIAR

No pudo disfrutar de su querida ciudad, pues los bárbaros del Danubio volvieron a levantarse. Marco Aurelio, queriendo transmitir al pueblo su fe mística en la grandeza de Roma, arrojó una lanza ensangrentada en dirección al enemigo haciendo un gesto expreso de Sumo Pontífice. De nuevo volvió al frente. Pasó el año 179 en el campamento de Carnutum intentando pacificar la zona, escribiendo pensamientos que a menudo trataban sobre la muerte e intentando sembrar en Cómodo la responsabilidad del Estado.

Pero la peste cruel, que a cualquiera alcanzaba sin respetar siquiera la dignidad de un gobernante verdaderamente preocupado por su pueblo, le arrebató la vida en 180. Murió el gran emperador y le sucedió un hijo inepto con el que se precipitó la larga caída del Imperio. Pero Marco Aurelio, el césar filósofo, había cumplido su papel. Con creces.

Este artículo se publicó en el número 451 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

domingo, 10 de mayo de 2020

Guía de la buena vida


Guía de la buena vida: 10 técnicas para practicar estoicismo


Vista por la mayoría, la filosofía es apenas un sesudo vestigio del pasado, arrinconado en marginales departamentos universitarios.
Pero algo está cambiando. Expertos e individuos anónimos ven en cultivar una filosofía de vida el modo de dotarnos de las herramientas que distinguen una vida plena de otra basada en la búsqueda de anodinas gratificaciones instantáneas.
Filosofía de vida para vivir a fondo
En la Época Clásica, la filosofía era la puerta al conocimiento; más tarde, fue el origen del sistema educativo reglado occidental. Pero, además de aprender ética, lógica, epistemología, metafísica o física, los alumnos de las distintas corrientes impartían una materia fundamental: aprender a vivir.
Tener, en definitiva, una filosofía de vida, una educación y sistema de valores que, puestos en práctica a diario, se convertían en un modo de vida para responder las cuestiones existenciales de la condición humana.
Porque, sin ser Shakespeare ni Cervantes, nos planteamos, aunque sea de un modo más tosco, sus dilemas existenciales, como han hecho la filosofía y la religión a lo largo de la historia.
La filosofía de vida no es más que una caja de herramientas cotidiana, un mecanismo para hacer frente a los principales retos y preguntas existenciales del día a día, no importa lo inesperados, incómodos, trágicos o agradables que sean.
La sorprendente coherencia -y vigencia- de las filosofías de vida
Las filosofías de vida clásicas son aplicables a la actualidad. Aumenta el número de personas que simpatizan con preceptos de vida sencilla y búsqueda del bienestar, usando la razón y el comportamiento coherente que rehuya los cantos de sirena de la gratificación instantánea.
La buena noticia: las filosofías de vida clásicas se pueden aplicar con poco esfuerzo y ofrecen resultados cuantificables.
La mala noticia: pese a que los principales eruditos de las religiones abrahámicas estudiaron, comentaron, conservaron y loaron las enseñanzas de Aristóteles (eudemonismo) o Séneca (estoicismo), su obra fue usada sólo por una minoría letrada y estudiada en los celosos escriptorium, lejos de las calles.
Así que sólo los iniciados y privilegiados se beneficiaron de ello. Esto ha cambiado.
La historia ha usado (sin citar la fuente) las filosofías de vida
Desde hace casi dos milenios, por tanto, la humanidad dejó de enseñar el “arte de vivir” como materia filosófica. Aprender a vivir se convirtió en monopolio eclesiástico.
Afortunadamente, AverroesMaimónides, Roger Bacon, Ramon Llull, Giordano Bruno y los renacentistas italianos, así como los primeros ilustrados, con René Descartes y Gottfried Leibniz en cabeza, desempolvaron la idea de que la humanidad contara con una “filosofía de vida”.
Así las filosofías de vida clásicas han inspirado obras como El discurso del método de Descartes o las constituciones modernas, con la de Estados Unidos como paradigma.
En otras palabras: tanto la literatura sesuda como los panfletos populares de la Ilustración (como el Poor Richard’s Almanack de Benjamin Franklin), o las novelas por entregas publicadas en los primeros diarios occidentales, aportaban consejos a menudo extraídos de las enseñanzas filosóficas de los clásicos.
Recuperando el “arte de vivir”
Pero, más allá de inspirar frases célebres y obras influyentes, tanto académicas como populares, las filosofías de vida se perdieron en la historia, al menos como guías prácticas para inspirar el aprendizaje universal: el “arte de vivir”.
Si las filosofías de vida clásica son aplicables en la actualidad y aportan bienestar cuantificable a quienes se inspiran en consejos de los clásicos, para muchos un mero ejercicio de ir a la fuente del pensamiento occidental y de la psicología positiva, ¿por qué no hay escuelas de filosofía de vida en la actualidad?
Guía de la buena vida
En parte ya existen; y, en parte, no. 
El profesor de filosofía William B. Irvine expone en su ensayo Guide to the Good Life que la mayoría de nosotros practica una versión deshilachada y más o menos extrema de “hedonismo”, sea inconsciente o “ilustrado” (con conocimiento de causa), y esta búsqueda de la gratificación instantánea nos está reportando problemas, tanto individuales como colectivos.
Su respuesta personal a la vida que llevaba y no le satisfacía fue pesquisar opciones coherentes de filosofía de vida y probar la vigencia de los consejos.
Su sorpresa: el estoicismo es tan coherente y funciona tanto como el primer día. Su base analítica de búsqueda del bienestar interno y el control racional de los impulsos a los que, debido nuestra evolución como especie, somos propensos, entronca con las tradiciones de la Ilustración y el pensamiento científico.
Estoicismo vs. budismo zen
La naturaleza racional y plagada de sentido común de una filosofía de vida clásica como el estoicismo llevó a William B. Irvine a integrar su sencilla práctica, ausente de liturgia, en su vida cotidiana, en lugar de decantarse por el budismo zen.
Las enseñanzas budistas son similares al corpus del estoicismo, explica Irvine, pero favorecen la solemnidad de la tradición y la disciplina de la práctica, en lugar de, como el estoicismo, interiorizar un puñado de enseñanzas básicas y racionales que pueden integrarse en la vida cotidiana sin largas horas de meditación, etc.
¿Son compatibles las filosofías de vida clásicas con la práctica religiosa, el agnosticismo o el ateísmo? Sin duda.
Pese a ser considerados paganos, los principales representantes del pensamiento socrático y sus derivados (eudemonismo, estoicismo) son la base del pensamiento occidental.
Su presencia ha sido tan decisiva como la propia liturgia judeo-cristiana. Las instituciones religiosas, no obstante, monopolizaron los consejos sobre cómo vivir, por lo que las filosofías de vida fueron reaprovechadas y sepultadas por versiones abrahámicas edulcoradas, a menudo indescifrables por una mente crítica, del “arte de vivir” clásico.
El antídoto a la intransigencia dogmática
Las filosofías de vida clásicas no aportan dogmas, sino acaso su antídoto. No exigen adhesión incondicional, sino empatía racional. No ofrecen grandes sueños ni milagros, sino introspección sencilla, objetiva y curtidora del interior del individuo.
Dice el estoico Epicteto que “la filosofía no promete asegurar nada externo al hombre: en otro caso supondría admitir algo que se encuentra más allá de su verdadero objeto de estudio y materia”.
Por su coherencia e influencia sobre el tuétano de lo mejor de nuestro pensamiento y valores colectivos, destacan el intelectualismo socrático (y sus derivados: sobre todo, el eudemonismo de Aristóteles y el estoicismo de Séneca).
Estas dos últimas, eudemonismo y estoicismo, son las dos corrientes con filosofías de vida más estudiadas, comentadas y loadas desde el Renacimiento y la Ilustración, base del humanismo y coherentes con el pensamiento zen.
Vida virtuosa y racional
Lo que el filósofo estoico Epicteto definió como el “arte de vivir” que, según él, consistía en usar la razón y la vida virtuosa y acorde con la naturaleza para lograr un bienestar duradero, puede ser alcanzado por cualquiera: no se requieren atributos concretos, ni capacidad intelectual, ascendencia social o creencia religiosa particulares.
Basta, dicen los estoicos, con querer alcanzar la tranquilidad usando la razón, y el cultivo de la virtud a través de la templanza.
Justo cuando, como explicaba Steve Jobs a su biógrafo Walter Isaacson, los individuos con profundos conocimientos en humanidades y, a la vez, en ciencias, tienen una indudable ventaja competitiva, además de vivir una existencia más plena, las filosofías de vida coherentes se han desvanecido.
Encontrarse en la intersección entre humanidades y ciencias fue uno de los propósitos de la filosofía clásica.
En busca de un manual de estoicismo para novatos
El estoicismo lo logró como ninguna otra filosofía de vida. Pero, del mismo modo que sólo conocemos el pensamiento socrático a partir de los vestigios escritos de discípulos y sus seguidores, no ha llegado hasta la actualidad un equivalente a “manual práctico para estoicos” o “cómo practicar estoicismo en 10 sencillos pasos”, o “estoicismo para novatos”.
Hay, eso sí, abundante literatura, entre relatos y epistolario, de los principales estoicos, incluyendo a los tres discípulos más citados de esta filosofía de vida: el esclavo Epicteto, el emperador Marco Aurelio y el notable Séneca.
El filósofo William B. Irvine y otros se han servido de la abundante bibliografía para sintetizar las principales enseñanzas del estoicismo, y convertirlo en una filosofía de vida comprensible, viable y útil en la actualidad.
Estoicismo 101
Un pensamiento coherente, sin maximalismos petulantes ni cacareos pseudo-espirituales. Un compendio de consejos sobre el “arte de vivir” que abundan en el sentido común de todos los tiempos, en el razonamiento, la búsqueda interior, la virtud, la contemplación y el tuétano de la existencia.
El estoicismo sostiene que la ausencia de control de los instintos evolutivos humanos conduce, a la larga, a la infelicidad; recopilando las ideas sobre la virtud de Sócrates, Platón y Aristóteles, expusieron que la gratificación instantánea tenía una característica perversa y autodestructiva: cuando se sacia un deseo, otro ocupa su lugar, como un bucle infinito.
La “virtud” clásica consiste en tener la fuerza de voluntad, sentido común y templanza necesarios para evitar los cantos de sirena de la constante gratificación instantánea y aprender a saborear lo que uno ya tiene, usando mecanismos sencillos y consistentes.
Dominar en beneficio propio, no reprimir
Explicado por un estoico, la virtud consiste en actuar siempre de acuerdo con la naturaleza; el ser humano fue concebido (por Zeus, según ellos; algo que debemos actualizar a la teoría evolutiva, explica William B. Irvine) como ser racional, de modo que actuar según la naturaleza es hacerlo de manera racional.
Para los estoicos, reconocer que el ser humano era impulsivo y debía convivir con pasiones bajas no era incompatible con la vida “de acuerdo con la naturaleza”. Como psicólogos modernos, aceptaban la existencia de unos instintos y, en lugar de reprimirlos, practicaban para controlarlos, y no a la inversa.
Controlando los afectos y pasiones, los estoicos no pretendían lograr el bienestar duradero (su “tranquilidad”) reprimiendo la emoción de la vida, sino dominar las emociones negativas.
10 técnicas para convertir el estoicismo en nuestra filosofía de vida
Los estoicos sostenían que la virtud consistía en actuar sirviéndose de la razón para dominar los impulsos. Los estoicos consideraban que la virtud, como facultad activa, era el bien supremo.
En el interior del propio individuo, pues, estaba el instinto y la herramienta para controlarlo, la razón. Ningún ser externo al propio individuo es necesario para alcanzar la tranquilidad, un concepto filosófico crucial en Renacimiento e Ilustración.
He aquí un compendio de técnicas para integrar el estoicismo en nuestra cotidianeidad. No es necesario hacer votos solemnes ni grandes anuncios:
1. Practicar la “visualización negativa”
¿Qué es lo peor que puede ocurrirnos? Un individuo estará preparado para lo peor, así como para saborear lo que ya tiene, si se esfuerza con regularidad en contemplar los infortunios que le pueden desposeer de lo que aprecia.
Esta estrategia del estoicismo no es más que una preparación consciente para el infortunio y, a la vez, un modo coherente de disfrutar del presente, así como de ser consciente de la transitoriedad de nuestra existencia.
Un equivalente inconsciente a esta preparación consciente es el sueño, sabemos ahora.
2. Preocuparnos por nuestros pensamientos y vida interior, y evitar la dependencia de lo externo
Cuanto más independencia de pensamiento con respecto a supuestas recompensas externas, mayor “tranquilidad, libertad y calma”, decía Epicteto.
3. Ser conscientes del “fatalismo” de la existencia
Es crucial reconciliarse con el pasado, porque no se puede cambiar, así como dejar ir el presente.
Tomando una actitud fatalista hacia las cosas que ya han ocurrido, somos conscientes, dice Séneca, de que avanzamos con el universo y no podemos recular para cambiar lo ocurrido.
En lugar de esforzarse por adaptar lo ya ocurrido a nuestros deseos, deberíamos hacer que nuestros deseos se ajusten a los eventos. Si aceptamos lo ocurrido, evitamos el tormento, la lamentación, el dedicar esfuerzos a tratar de cambiar algo inmutable, ya acaecido.
Rebelarse en contra de la naturaleza (el equivalente en el taoísmo a ir en contra del “tao”, o flujo natural) es contraproductivo, ya que entorpecemos nuestra tranquilidad con sentimientos de dolor, ira, miedo.
Por contra, debemos usar los días esforzándonos por afectar el resultado de futuros eventos, para que sean lo más favorables. La actitud es “fatalista” con respecto a pasado y presente, pero positivista con respecto al futuro.
4. Prepararse para aceptar y dominar el placer
Además de contemplar los incidentes inesperados que nos pueden ocurrir (“visualización negativa”), el individuo debería vivir como si estos infortunios hubieran acaecido.
Por ejemplo, practicando la frugalidad (en nuestros tiempos, “pobreza” tiene una connotación tan negativa que alcanza la obscenidad).
No sólo los estoicos coincidían en esta idea; además de Catón el Joven, Epicteto o Séneca, Epicuro también practicó la pobreza. El fundador del epicureísmo quería examinar las cosas que creía necesarias, para determinar aquellas de las que podía prescindir.
En nuestro tiempo, una idea así puede ser confundida con el masoquismo. No si es entendida desde el punto de vista estoico: si experimentamos con periodicidad las incomodidades que, bajo circunstancias normales, podríamos haber evitado, nos preparamos para disfrutar de lo que tenemos y, de paso, para perder todo lo que se extiende más allá de nosotros mismos.
Los estoicos abogaban por un programa de incomodidad voluntaria, más que un malestar infligido como castigo o penitencia. Así pues, las incomodidades, nos preparamos para lo peor, ponemos a prueba nuestra templanza y apreciamos lo que poseemos.
Abandonando la zona de confort, disfrutamos más de las comodidades, por humildes que sean. O, como Musonio Rufo exponía, quien trata de evitar todas las incomodidades tendrá más dificultades para estar cómodo que quien acepta incomodidades con periodicidad.
5. Meditar
El estoicismo no aboga por una práctica dogmática y de liturgia exigente, sino más bien una seria confrontación del individuo consigo mismo, para ser consciente a diario de que usa mecanismos racionales para lograr el bienestar.
Séneca aconseja que meditemos sobre lo ocurrido en nuestra cotidianeidad con tanta frecuencia como sea posible, analizando cómo respondimos a los eventos y cómo podríamos haber mejorado el resultado usando principios estoicos.
Por ejemplo, cuando uno ha meditado sobre criticar o no abiertamente a alguien, uno no debería sólo analizar si la crítica es válida, sino si la persona criticada puede soportar la crítica con madurez.
En una fiesta, un grupo de gente hizo ocurrencias a expensas de Séneca, y el filósofo no pudo evitar que le afectaran. Tras meditar sobre lo ocurrido, se aconsejó a sí mismo mantenerse alejado de la baja compañía.
En otra fiesta, le afectó que le sentaran en un lugar que no se correspondía con su condición. Su consejo, tras meditar aquella noche: “Tú, lunático: ¿qué más da en qué parte del sillón sientas tus posaderas?”.
Un consejo de Epicteto: “si la gente loa tu valía, desconfía de ti mismo”. Meditando sobre lo ocurrido, nos preparamos para actuar en el futuro con mayor templanza y perfeccionar así nuestra tranquilidad. 
Pero, ¿cómo sabemos que progresamos? Según Epicteto, por un lado, dejaremos de quejarnos; censurar o adular a otros; presumir sobre nosotros y nuestro conocimiento. Por otro lado, nos culparemos a nosotros mismos y no a las circunstancias externas, cuando las cosas no salgan como esperamos.
6. Sobre el prójimo
Los estoicos recomiendan que escojamos a nuestros compañeros de travesía vital (pareja, amigos) cuando sea posible.
Las personas que ponen en riesgo nuestra tranquilidad (circunstancia que sólo ocurre si les dejamos, puesto que, según el estoicismo, el individuo no se verá alterado por nada si es esa su voluntad) no nos convienen.
Hay compañeros vitales que no pueden elegirse, pero el individuo sí puede influir sobre la actitud de, por ejemplo, familiares. Cuando ello no es posible, los estoicos recomiendan evitar cuando sea posible los impulsos y la respuesta agresiva.
Citando a los estoicos, William B. Irvine escribe: “El ser humano es, por naturaleza, un animal social y tenemos el deber de formar y mantener relaciones con otras personas, pese a los problemas que ello pueda causarnos”. Como la primera función del ser humano es actuar de acuerdo con su naturaleza racional.
El emperador Marco Aurelio recomendaba que, cuando alguien nos desazone o ataque, deberíamos hacerles frente de manera racional y trabajar en interés mutuo.
Ello no lo hacemos por miedo a que algo externo nos castigue (Dios, el destino, etc.), sino la perspectiva de una recompensa. 
No se trata de simpatía, admiración, aplauso, o fama.
Si hacemos las cosas de acuerdo con la naturaleza, dice Marco Aurelio, experimentaremos “placer verdadero”: tener una buena vida, ya que habremos reforzado nuestros mecanismos de tranquilidad y vida interior. Esa es la auténtica recompensa.
Realizar tareas que no conducen a una gratificación instantánea son, a la larga, la fuente de nuestro bienestar.
7. Técnicas estoicas para relacionarnos
Los estoicos deben resolver el dilema que les presenta su comportamiento racional. Por un lado, cuando se relacionan con otros ponen en riesgo su bien más preciado, su “tranquilidad”; por el otro, si evitan relacionarse, incurren en abandonar su deber social: conformar y mantener relaciones con otros.
¿Cómo preservar la tranquilidad mientras nos relacionamos con otros? Cuando nos relacionamos con otros, deberíamos prepararnos y desarrollar una cierta conducta fiel a nosotros y nuestros valores.
Si bien no se puede evitar una reacción de otros que ponga en riesgo nuestra tranquilidad, sí podemos elegir al máximo nuestras relaciones y encuentros, evitando a quienes sepamos que pueden desestabilizarnos.
Séneca recuerda que los comportamientos “bajos” -los comportamientos instintivos, íntimamente relacionados con nuestra herencia evolutiva-, son contagiosos.
Se transmiten, raudos y sigilosos, desde el portador a sus relaciones. Los estoicos también recomiendan la paciencia y empatía. Marco Aurelio recuerda que, cuando estemos con una persona que nos fastidie, recordemos que habrá personas que sientan lo mismo por nosotros.
Cuando alguien se ensañe con nosotros, recordar nuestros comportamientos similares nos ayudará a tamizar la reacción y mantener nuestra tranquilidad.
Finalmente, si la existencia es apenas un instante en la eternidad, como recuerda Marco Aurelio, ¿qué es un incidente o una conversación con alguien agresivo?
Poniendo los acontecimientos en su contexto cósmico adecuado, tenemos más posibilidades de mantener nuestro bienestar y proyectarlo a otros.
8. Cómo reaccionar ante situaciones explosivas (insultos, dolor, rabia)
Conscientes de que los ataques de otros (demostrados con actitudes, insultos, rabia) ponían en riesgo su bienestar, los estoicos desarrollaron técnicas para hacer frente a este riesgo.
Al ser víctimas de una afrenta, nuestra primera reacción es reaccionar con rabia. Una acción negativa que responde a otra acción negativa: al comportarnos de este modo, no sólo nos situamos en el mismo nivel que el autor de la afrenta inicial, sino que arriesgamos nuestra tranquilidad.
De ahí que los estoicos se centraran en desarrollar estrategias para eliminar sentimientos de rabia cuando somos atacados. Para los estoicos, los insultos (no importa su naturaleza) incorporan un tóxico y simbólico aguijón del que hay que desprenderse, porque escuece, irrita el espíritu y puede infectarse.
Una de las tácticas consiste en aprender a aplacar el insulto analizándolo con indolencia, prestando atención a las cosas que son ciertas en la afrenta. Para los estoicos, lo evidente no es un insulto, ni lo insinuado tampoco.
Y, reconoce esta filosofía de vida, el mejor contraataque y el único que tiene un efecto devastador sobre quien insulta es demostrar racionalidad e indolencia.
En ocasiones, es posible incluso contestar bromeando, evitando el tono herido y la corrosiva causticidad. Cuando no es posible responder de manera sosegada, dicen los estoicos, se puede callar.
Cuando la afrenta procede de un individuo despreciable, analizan los estoicos, en lugar de sentirse herido por los insultos, uno debería congratularse. Es la constatación de que se va por el buen camino.
En otras ocasiones, el carácter estoico contribuirá a sentir, más que enojo, compasión por personas que tratan de herir cuyo carácter está claramente trastocado.
Epicteto recuerda que, si nos convencemos de que una persona no nos ha causado daño insultándonos, su insulto no llevará aguijón ni el posterior resquemor psicológico: “lo que molesta a la mayoría de la gente no son las cosas en sí, sino el juicio realizado sobre esas cosas”.
9. Ser consciente de los riesgos de un espejismo sobrevalorado, la “fama”
Para los estoicos, la gente infeliz demuestra una insatisfacción crónica porque está confundida acerca de lo que es en realidad valioso. William B. Irvine: “debido a su confusión, pasan sus días en busca de cosas que, en vez de hacerles felices, les producen ansiedad y desdicha”.
Una de estas búsquedas a la desesperada, que ha afectado a personas de todas las épocas y condiciones, es el anhelo por lograr fama, ya sea generalizada, local o incluso grupal.
Una búsqueda de popularidad y reconocimiento petulante en el seno de su círculo social, o en su profesión; en un grado u otro, casi todo el mundo anhela la admiración de sus amigos y vecinos.
Pero, ¿cuáles son las exigencias de buscar la fama y conseguirla? Epicteto expone un ejemplo que ilustra los riesgos de la notoriedad, una falsa proyección externa que, por tanto, no controlamos y puede hacernos miserables: una persona que ha ganado una cierta prominencia social, buscando notoriedad, espera que le inviten a una velada; la invitación no llega y esta persona se siente miserable.
Esta persona, añade Epicteto, es tan codiciosa como estúpida, al haber esperado una invitación sin haber pagado un precio equivalente en el pasado. Los estoicos valoran su libertad y, por tanto, son reacios a realizar cualquier cosa que dé a otros poder sobre ellos.
Por tanto, dice Epicteto, el mejor modo de mantener nuestra autonomía, debemos ser cuidadosos cuando tratemos con otros y permanecer impasibles ante lo que piensen de nosotros. Irvine: “deberíamos ser, en otras palabras, tan indiferentes ante su aprobación como ante su desaprobación”.
La consistencia en el comportamiento es fundamental. En vez de buscar la fama, deberíamos centrarnos en sacar el máximo partido al día de hoy y, si llega el reconocimiento exterior, hay que aprender a aceptarlo de un modo natural, para evitar que otros se sientan ofendidos y, a la vez, la deferencia no disturbe nuestra tranquilidad.
10. Sobre la vida lujosa
En la sociedad actual, la búsqueda del reconocimiento sólo tiene un rival, todavía más anhelado: el prestigio de la riqueza ostentosa, que ha tomado formas similares a lo largo de los siglos.
La riqueza ostentosa no es más que un modo más de lograr reconocimiento. Para los estoicos, merece tan poco la pena obsesionarse con la riqueza material como hacerlo con la fama, ya que ninguno de estos reconocimientos aportan per se el bienestar duradero.
Mucha gente emplea toda su vida intentando alcanzar un estatus que hipotéticamente les otorgue una felicidad que no llega; esta búsqueda contradice los principios estoicos, donde el objetivo no es vivir rodeado de más cosas, sino tener una buena vida, disfrutando cada instante y preparándose para que el devenir sea igualmente pleno.
A diferencia de los cínicos, los estoicos no están en contra de la riqueza, y muchos estoicos lograron unas finanzas acomodadas practicando, a la vez, la frugalidad, en contraposición a la existencia ostentosa.
Los estoicos creían que el ser humano debía exponerse a los rigores de la incomodidad material y psicológica, para apreciar los placeres de la vida en contraposición con estas inconveniencias. En cambio, exponiéndose a una vida ostentosa donde no falte de nada y se evite salir de la zona de confort, el individuo corre el riesgo de apreciar la belleza de la sencillez.
Los estoicos abogaban por una alimentación sencilla y frugal, acompañada con una vestimenta y comportamiento equivalentes. La vivienda no debe ser excepción: Musonio explica que sólo se requiere un abrigo para cobijarse de la intemperie.
Nuestra “casa simple” puede ser amueblada con la misma sencillez, mientras que las casas con patios y aposentos desmesurados, sofisticados colores y techos y pavimentos trabajados son más difíciles de mantener.
Los utensilios, cuando más simples, funcionales y humildes, más sencillos serán de mantener y conservar. El lujo, advierte Séneca, usa su ingenio para promover la depravación: primero, nos hace desear cosas que no son esenciales, para pasar después a querer cosas injuriosas.
Bonus: sobre saber envejecer (y morir)
En la sociedad contemporánea, la vejez es percibida como una enfermedad incurable, lo peor que nos puede ocurrir, y es tratada en consecuencia.
Las industrias cosmética y farmacéutica han encontrado un filón en los productos que ofrecen a los mayores (“enfermos de vejez”) el espejismo de rejuvenecer, cuando no un instante de la eterna juventud. Para el estoicismo en particular y las filosofías de vida en particular envejecer constituye, en cambio, un bello síntoma de la impermanencia.
La cultura oriental también celebra la impermanencia. Como ejemplo, el concepto wabi-sabi o el propio “tao”.
Séneca recordaba disfrutar de una armoniosa tranquilidad durante sus años de madurez, al haber perdido la rémora de los poderosos instintos relacionados con la juventud. Séneca: “Apreciemos y amemos la vejez, porque está llena de placer si uno sabe cómo usarlo”.
El filósofo de Corduba aseguraba que el momento más delicioso de la vida se alcanzaba cuando uno ya se encuentra en la pendiente descendente, pero todavía no ha alcanzado la caída abrupta.
La cercanía de la muerte, dicen los estoicos, debería hacer nuestros días más especiales en lugar de deprimirnos, pues tenemos la oportunidad de vivir cada momento. Siempre, claro, que hayamos eligido dominar el “arte de vivir”.
El filósofo trascendentalista Henry David Thoreau escribía en Walden (ver vídeo sobre nuestra visita al lago Walden), durante su experiencia de dos años viviendo junto a un lago para experimentar la vida sencilla y los ecos del eudemonismo y el estoicismo:
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si así podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no fuera que, cuando estuviera por morir, descubriera que no había vivido”.