lunes, 15 de noviembre de 2021

De Lilís a Trujillo



Desde la Ocupación Norteamericana hasta el Desarrollo Dominicano



Con su vasta investigación publicada en el libro De Lilís a Trujillo el escritor dominicano Luis F. Mejía desentraña los orígenes económicos, políticos, sociales históricos y geopolíticos de una época que aún incide en el comportamiento de todo lo que constituye como nación lo que hoy es la República Dominicana.

Muchos trabajos se publicaron en la primera mitad del siglo XX con la misma temática, pero pocos tienen la precisión de datos oficiales, con el valor fenomenológico de las vivencias personales por ser el autor testigo y actor de los acontecimientos acaecidos con la ocupación y de otros que se produjeron posteriormente.

Con la intervención militar norteamericana del 1916 comienza, gústenos o no, el modernismo en la República Dominicana. Desde las carreteras principales que comunican todas las regiones del país con la ciudad Capital, Santo Domingo, Duarte, hacia el Norte; Sánchez, al Sur y Mella al Este, hasta los cuerpos represivos y de orden público, el cobro efectivo de los impuestos y el establecimiento por orden ejecutiva de las instituciones sin fines de lucro fueron iniciativas de ese gobierno, sin lugar a dudas vergonzante para la dignidad nacional.


Largo y doloroso ha sido el camino hacia el desarrollo de la República Dominicana desde la intervención militar norteamericana de 1916, por lo que creemos oportuno, desde las páginas de un medio con la calidad de Vanguardia del Pueblo Digital, pasar balance sobre lo que ha sido de nuestra nación desde esa época, precisamente cuando nos encontramos a dos años de que se cumpla un siglo de esa desgracia histórica.

Antecedentes políticos y económicos de la Intervención

El siglo XIX le entregó, como se dice ahora, la pista encendida al XX, período que transformaría a la Humanidad en los órdenes geopolíticos, científicos, comunicacionales, demográficos y en todos los que tienen que ver con los estilos de vida, pasando de la revolución industrial que venía de centurias anteriores hasta la tecnológica, que eliminó distancia y procesos productivos, creando nuevas concepciones del mundo.


Un 26 de julio de 1999, un grupo de jóvenes mocanos encabezados por Horacio Vásquez y Ramón Cáceres, asistidos por Jacobito de Lara, le dieron muerte a tiros al Presidente Ulises Hereaux (Lilís), mientras visitaba en Moca al padre del tercero de quien era compadre y amigo entrañable.

Con el magnicidio del 26 de julio se puso fin a un gobierno dictatorial de veinte años, que aunque obtuvo conquistas que encaminaban el país desde la premodernidad a la modernidad, era al mismo tiempo un desastre económico, sumado a la privación absoluta de las libertades públicas, comprando o fusilando al opositor, dependiendo de si éste claudicaba o se montaba en el carro del poder.

Durante los primeros años que siguieron al asesinato del dictador todo apuntaba que el país se beneficiaría de la acción, pasando de la barbarie política y el atraso económico a la organización del Estado Nacional, el surgimiento de una economía verdaderamente capitalista, en el marco de los cambios que vivía el mundo civilizado. El optimismo estuvo cimentado en resultados positivos hasta que el germen de la división se incubó entre los hombres que pusieron fin a la dictadura e iniciaron una nueva era en la vida dominicana de fin de siglo XIX y comienzo del XX.

Las deudas de la dictadura y la reacción imperial

Wenceslao Figuereo, mejor conocido como Manolao, era vicepresidente de Hereaux y en esa calidad quedó como Presidente Constitucional de la República. La ecuanimidad y el don de gente que todos reconocen a este político azuano no evitó que la euforia revolucionaria se lo llevara a su paso, permaneciendo en el cargo durante un mes. Se convocó a elecciones generales ganadas por Juan Isidro Jimenes, Presidente, y Horacio Vásquez, Vicepresidente.

Lo que encontró el nuevo gobierno fue un montón de notificaciones de pago de deudas contraídas por el régimen derrocado, con amenazas de intervenciones extranjeras, no solo norteamericanas, que comprometían peligrosamente la soberanía nacional.

Señala el autor del libro De Lilís a Trujillo, “Primeramente el Cónsul francés exigió el pago inmediato” de la reclamación de uno de esos compromisos, con amenazas de incautarse los fondos aduaneros y bloquear a Santo Domingo. Con tales objetivos, los franceses anclaron en las costas dominicanas una flotilla de buques guerreros que se retiraron tras recibir el pago compulsivamente.

“Después hubo de enfrentarse a la Improvement & Co., compañía americana que había obtenido de Lilís contratos leoninos”, dice Mejía, con derecho a recaudar las entradas aduaneras.

Luego entran en juego los belgas, desautorizando el cobro por parte de la compañía norteamericana en su condición de tenedores de bonos, viéndose el Gobierno Dominicano, por decreto del 10 de enero de 1901, a asumir la recaudación directa de los fondos aduaneros.

Las penurias económicas del gobierno posdictatorial le obligaron a la constante renegociación con sus exigentes acreedores internacionales, iniciándose esos paliativos con la gestión del doctor Francisco Henríquez y Carvajal entre la mencionada compañía norteamericana y los tenedores de bonos europeos.

Algo que pudo haber comenzado a molestar a los Estados Unidos, como potencia emergente en las Américas, fue que el Congreso de la República Dominicana aprobó, en “acalorados debates”, el acuerdo celebrado con los tenedores de bonos europeos, rechazando el que buscaba ponerle fin al impasse con la Improvevement & Co., de capital estadounidense.

Dice Mejía que el motivo principal para rechazar el acuerdo con la compañía norteamericana fue el de darle tres meses de plazo para presentar sus cuentas, cuando la mayoría de los legisladores, imbuidos por el pensamiento hostosiano en boga, exigía que se hiciera previamente y a seguidas.

“También se juzgaba peligrosa la cláusula relativa al arbitraje; pero sobre todo la opinión popular clamaba por su rechazo, porque creía que nada se debía a aquella compañía americana”, refiere.

El comentario siguiente que hace el autor sugiere que los legisladores dominicanos al rechazar el acuerdo con la compañía a la que el gobierno lilisista había confiado la recaudación aduanera, pudieron ser interpretados como un desafío al poder omnímodo que en su entorno geopolítico construía desde entonces el “Coloso del Norte”.

Así lo expresa: “Los hombres de la oposición suelen tomar actitudes radicales, a veces erradas, en cuestiones que afectan el patriotismo, aunque luego, al gobernar a su vez, reconozcan su error y traten de hacer lo que antaño habían combatido”.

En De Lilís a Trujillo se plantea que los sucesos siguientes al rechazo del acuerdo con la compañía norteamericana, en lo que respecta a las relaciones dominico-estadounidenses “han demostrado que ambos convenios debieron ser aprobados”.

Atribuye al idealismo hostosiano de los jóvenes legisladores, bisoños en los manejos del poder hasta no medir sus consecuencias del poder imperial, el rechazo a la empresa de capital norteamericano. “Sin embargo, hay que reconocer que la opinión de Hostos, adversa a la Improvement, impulsó a sus discípulos a combatir el tratado concertado con ella”.

Situaciones históricas que se siguieron dando en la relación RD-EE.UU, podrían justificar las apreciaciones del escritor Mejía, lo que analizaremos en la próxima entrega.

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