sábado, 11 de diciembre de 2021

¿Puede crear arte la inteligencia artificial?



Un software ha completado la décima sinfonía de Beethoven, y varias herramientas informáticas permiten pintar cuadros de forma automatizada.


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Ángel Jiménez de Luis


Ludwig van Beethoven murió en el año 1827 y dejó un impresionante legado musical. Durante su no muy larga vida compuso 722 piezas de extensión y carácter muy variados, que incluyen más de 35 sonatas, 16 obras para cuartetos de cuerda, numerosos conciertos para diversos instrumentos, misas, cantatas, una ópera (Fidelio)...

Pero, sin duda, sus obras más famosas son las nueve sinfonías que creó entre 1799 y 1824. Poco después de que muriera el genio, su amigo y secretario personal en sus últimos años, el violinista austriaco Karl Holz, desveló que el artista nacido en Bonn en 1770 llevaba un tiempo trabajando en la que iba a ser su décima sinfonía (por encargo de la Royal Philharmonic Society de Londres), y que incluso había llegado a tocarle al piano algunos de los primeros movimientos.


Desafortunadamente, de esa obra inacabada solo han quedado fragmentos en los cuadernos de notas del compositor, y algunas referencias sueltas en su correspondencia. En 1988, el musicólogo y compositor británico Barry Cooper intentó reconstruir la sinfonía a partir de esos esbozos, inspirándose en las otras composiciones del artista, pero hay consenso entre los críticos y expertos: probablemente, la gran composición que estaba preparando el músico alemán habría sonado de manera muy diferente a esta meritoria recreación.

El pasado 9 de octubre, sin embargo, el mundo pudo escuchar una Décima sinfonía alternativa. Al igual que la de Cooper, se ha creado a partir de los fragmentos y descripciones que Beethoven dejó, pero la diferencia es que en este caso, la obra ha sido completada gracias a una inteligencia artificial (IA).

La empresa estadounidense Playform AI inventó un sistema de aprendizaje automático –una rama de la inteligencia artificial que desarrolla técnicas para que las computadoras aprendan–, que tomó como referencia el estilo de las 722 piezas compuestas por el artista alemán. Con tal base, esta IA compuso una obra que encaja con la progresión natural del resto de las composiciones beethovianas. Escrito así parece casi tan sencillo como apretar un botón. En realidad, para llegar a esta nueva versión ha sido necesario el trabajo de un gran equipo de músicos, académicos e ingenieros informáticos, encabezado por Matthias Röder, director del Instituto Karajan ubicado en Salzburgo (Austria).

El mayor problema al que se enfrentaron fue que el material que dejó Beethoven era, además de escaso, inconexo. Las mejores rutinas de IA son capaces de hacer un trabajo decente cuando se trata de reconocer patrones y continuarlos. En música, esto quiere decir que si le das a una IA una canción casi terminada, puede averiguar cómo serán los segundos finales con bastante exactitud. Crear algo más grande de la nada es un desafío de mayor magnitud, y no puede considerarse solo el resultado de aplicar algoritmos de inteligencia artificial. Durante todo el proceso, el equipo humano ha tomado decisiones sobre las piezas que podrían encajar y las que no.

Indiscutiblemente, el resultado suena a Beethoven. Para probarlo, los ingenieros responsables del proyecto idearon una versión a la inversa del test de Turing, la famosa prueba que sirve para saber si un software puede dar respuestas indistinguibles de las de un ser humano. Ante varios músicos, críticos musicales y académicos versados en la obra de Beethoven, interpretaron unos cuantos fragmentos de la décima y les desafiaron a identificar dónde terminaban las notas que aquel dejó escritas y dónde comenzaban las que la inteligencia había extrapolado. No pudieron hacerlo.

En los dieciocho meses que ha durado el trabajo, el equipo ha sido capaz de orquestar dos movimientos de 20 minutos cada uno. Al igual que la interpretación de Cooper, es probable que esta décima sinfonía no fuera exactamente la que sonaba en la cabeza del creador de Fidelio, pero podemos utilizarla como punto de partida de un debate ya conocido, pero que se está complicando: ¿puede crear obras de arte una inteligencia artificial? La pregunta se ha planteado en varias ocasiones, pero cada vez en contextos menos académicos y más prácticos. En 2018, por ejemplo, el colectivo artístico parisino Obvious puso a la venta a través de la casa de subastas Christie’s varias obras creadas a partir de rutinas de aprendizaje automático.

Parte de la dificultad de contestar esta cuestión estriba en que la definición de arte es compleja incluso para los propios seres humanos, que diferimos sobre lo que es exactamente. De entrada, podríamos descartar que una IA sea capaz de inventar obras artísticas, porque en su proceso creativo no hay un componente emocional, en teoría uno de los rasgos distintivos del arte.

Pero eso no quiere decir que las producciones de una inteligencia artificial no puedan tener un toque artístico o imaginativo. Los científicos aún están estudiando cómo funciona en el cerebro humano la creatividad, pero hay algunos rasgos conocidos de esta que se incluyen en las rutinas de aprendizaje automático. Sabemos, por ejemplo, que la creatividad depende hasta cierto punto de las experiencias previas. Creamos siempre bajo la influencia de invenciones y obras anteriores, de forma muy parecida a como un algoritmo de aprendizaje automático construye los modelos por los que se guía para crear.

Y surge otra cuestión: en el caso de que el trabajo de una inteligencia artificial pueda ser considerado arte, ¿el reconocimiento no debería recaer sobre las personas que la programaron? Tiene lógica, pero hay quienes defienden que, entonces, se debería tener la misma consideración –al menos hasta cierto punto– con los profesores que han enseñado a los artistas a pintar.

Lo que está claro es que la inteligencia artificial carece de dos elementos fundamentales en este asunto: la voluntad y el libre albedrío. Ningún programa decide por sí mismo que quiere pintar un cuadro o acabar una sinfonía. Lo hace por orden de un humano y porque ha sido diseñado para ello. Es la razón por la que el equipo que ha trabajado en la Décima sinfonía de Beethoven considera que el papel de una IA en el mundo del arte es el de una herramienta, como un pincel o un violín, solo que mucho más avanzado.

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